La complejidad simple de Harry’s Bar
El rincón más emblemático de Venecia
“Si viajas a Venecia y no visitas Harry’s Bar es como si no hubieras estado en Venecia”
Sentencia Naomi Campbell en el documental homónimo de la directora Carlotta Cerquetti. Este bar de 4.5 por 9 metros enclavado sobre la calle Vallaresso, a tan sólo unos metros de la siempre atestada plaza de San Marcos, posee una de las clientelas más exclusivas en todo el mundo y una de las vistas más hermosas del canal principal de Venecia.
Con una historia que involucra un millonario estadounidense y un bartender proveniente de una familia pobre italiana, Harry’s Bar es el lugar donde nació el Bellini en 1948, una bebida dulce y refrescante que nunca pasa de moda.
El bar debe su nombre al millonario estadounidense que puso todo el dinero para que el italiano montara su negocio propio, Harry Pickering. Fue un gesto de gratitud de este cliente habitual del Hotel Europa.
Cuando el joven camarero, Giuseppe Cipriani, descubrió que la familia del que era uno de sus clientes más leales le había cortado el grifo económico tras descubrir su excesiva querencia al alcohol, Cipriani, movido por ese tipo de camaradería que se forja en las barras de un bar, le prestó algunos miles de liras.
Años después y con su situación financiera de nuevo en alza, Pickering regresó a Venecia con una oferta para su amigo que no podía rechazar. Pagó su deuda, así como lo suficiente para abrir un bar propio.
A mediados del siglo pasado, Venecia fue uno de los principales enclaves del mundo bohemio lo que permitió que por las sillas del bar, revestidas de cuero, pasara la crema y nata, Ernest Heminway, Winston Churchill, María Callas, Orson Welles, Marcello Mastroianni, además de realeza varia.
El secreto de Harry’s Bar está en lo que ellos llaman, la sencillez compleja, en la que todo cambia afuera, pero la atmósfera casera del siglo pasado continúa igual. Esta característica fue transportada por Cipriano al crear los dos must en su carta: el Bellini y el carpaccio.
El Bellini consiste en puré de melocotones blancos y Prosecco, un vino espumoso italiano. La tradición italiana dicta que se marinen los duraznos frescos en el vino. En un vaso largo se agrega una parte de jugo de durazno y dos partes de vino espumoso, después se revuelve delicadamente para que no se quite la espuma.
El secreto está en siempre agregar el Prosecco al jugo, y no al revés.
“Cambia la gente y cambia el mundo, pero aquí dentro todo sigue igual”, dice Arrigo Cipriano, hijo del fundador.
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